miércoles, julio 22, 2009

La gripe porcina y su inmunidad




La gripe porcina y su inmunidad


La primera pandemia del siglo XXI ya infectó a casi 100 mil personas alrededor del mundo y más de 700 han fallecido a causa del virus de la nueva Influenza AH1N1. La Organización Mundial de la Salud, en un nivel 6 de alerta máxima, pronosticó que su expansión es imparable por lo cual la única salida es el pronto desarrollo y distribución global de la vacuna contra la enfermedad. En el Perú los contagiados superan ya los 2,700 y las víctimas mortales ascienden a 15, entre ellas varias madres gestantes, niños con síndrome de down y personas obesas e hipertensas, justamente los grupos de riesgo.


Y aunque cueste creerlo, las personas que hayan tenido la gripe porcina, y vivieron para contarlo, podrán sentirse tranquilas puesto que nunca más la tendrán, no volverán a ser portadores del virus y tampoco recaerán a causa de sus efectos. ¿Por qué? Porque su sistema inmunológico ya logró vencer e imponerse a la enfermedad al haber creado anticuerpos capaces de hacerle frente a la nueva cepa. Sus cuerpos ya conocen al invasor y apenas identifican su presencia, lo atacan con todo el poderío ganado en la primera batalla librada para poder vivir. Lo que fue una guerra sin tregua entre la influenza tipo A y el organismo, se convirtió en el antídoto que pulveriza la enfermedad. Es como cuando te da sarampión de niño, ya nunca más te volverá a dar.


Ahora bien, eso mismo ocurre cuando Dios nos libra de ataduras y de la influenza del pecado. Lo que pudo ser un enfrentamiento perdido contra las drogas, el alcohol, la pornografía, u otra trampa mortal, Jesucristo lo transforma en victoria. Contra la influenza lucha nuestro sistema inmunológico pero contra el pecado y las obras del adversario perdedor (Satanás) deberán combatir nuestro espíritu, alma y sobre todo nuestra mente. Felizmente la sangre de Cristo y su sacrificio en la cruz forman el antídoto que nos libró de la muerte.


¿Quienes son inmunes? Por ejemplo, una ex prostituta rescatada por Jesús que ahora recorre las calles de Nueva York en una limosina acompañada por su esposo en busca de trabajadoras sexuales. El ministerio al cual ha sido llamada -que forma parte de la Iglesia liderada por Joyce Meyer- tiene sus horas más críticas los viernes por la noche cuando combaten en las zonas rosas. Al ver el ostentoso vehículo, las mujeres se acercan para ofrecerle sus servicios al supuesto cliente ricachón pero cuando se baja el cristal polarizado reciben una rosa bellísima y el llamado de Dios a través de una mujer ya inmune a ese virus. “Yo hacía lo mismo que tú pero Cristo me rescató, con él sí es posible vivir en pureza”, es lo que les testifica esta ex prostituta cuyo sistema inmunológico espiritual ahora vence a las cepas de la lascivia, fornicación, promiscuidad y toda inmundicia sexual. Lo mismo sucede con un ex drogadicto que ahora es pastor de jóvenes y cuyo ministerio alcanza a los adolescentes que están en las garras de la coca, el crack o la marihuana. También se han levantado hombres de Dios que antes eran homosexuales y ahora comparten de la salvación de nuestro Señor Jesús. Todos ellos y muchos más ya conocen al enemigo pero sobre todo identifican rápidamente a las víctimas de sus antiguos males porque ellos mismos atravesaron por esa situación; reconocen muy bien cuando un niño ha sido abusado sexualmente puesto que al verlos se reflejan a ellos mismos de pequeños y pueden atacar directamente al enemigo y adentrarse en el dolor de la víctima.

Lo que pudo ser un enfrentamiento perdido en tu vida, Dios no solamente lo transformó en victoria, sino que no desaprovechó ninguna de tus lágrimas y ahora te ha hecho un instrumento de guerra para libertar a otros. Ya eres inmune por la sangre del Cordero.

¿Qué esperas para vencer? Dios adiestra tus manos para la batalla, tus dedos para la guerra y te libra del lazo del cazador o de la peste destructora ¡La guerra ya la ganó Jesucristo!


Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.
Mateo 10,8

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